De tan roída que la dejó su desgracia se hizo arisca hasta el extremo que solo mirarla escocía y él,que siempre la amó como solo se aman las cosas inalcanzables,puso todo su empeño en dar vida a las alas que habrían de elevarla.
Puso a sus pies una senda de hierbabuena y amapolas y toda la riqueza que se contemplaba desde la atalaya,pero vana resultó su entrega para quien tan rápido se podría por la umbría que da la tristeza.
Cegado en su afán por resucitar lo inerte trató él de hacerla ver su vida entre fantasmas y llegado casi a la desesperación buscó sanadores,chamanes y otros curanderos que no hacían más que confirmarle su caída libre hacia la nada.
-No se puede salvar el alma que a la pena y a su suerte es abandonada.-Le decían.
Aun le quedaba calor a los días cuando él la encontró por el cuello colgada de la rama más robusta del roble que daba la sombra a su casa.Ahí,a merced de la suave brisa,se mecía dulce y tranquila como él ya no la recordaba.Sintió entonces el hueco y el vacío en su carne,comprendió lo profundo del dolor y asumió que no encontraría ni bien material ni persona que lo aliviara.Así,sin pensarlo dos veces,buscó en el cobertizo contiguo más cuerda para darle forma de muerte.
-No pude salvar tu alma,amada mía,pero si esta ha de andar en la tiniebla,será la mía,esta que ahora tanto te comprende,la que habrá de acompañarla.

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