Con la esperanza de que aparezcas alguna vez y te pueda volver a ver. Vivo así desde el día en que decidiste marcharte sin avisar, sin decir nada. Te fuiste como llegaste, secretamente, con el sigilo de los que vienen para no quedarse. Sigo echándote de menos, anhelando tu calor, tu mirada bobalicona, huidiza, propia de los que, como tú, se refugian ensimismados en sus pensamientos.
No consigo olvidarme de ti, de mí, de los dos, de nuestros juegos, de aquellas conversaciones calladas, bajo las sábanas, a oscuras, para que mamá no se enterara de que seguíamos despiertos hasta la madrugada. No, juro que jamás tendré otro amigo invisible. ¡Son tan desagradecidos!