No lo olvidaré, no puedo, ni viviendo cien años podría, es imposible. Cada recuerdo es como una brutal descarga eléctrica que me recorre por completo quemando cada centímetro de piel, cada hebra de carne, cada pedacito de sueño. He aprendido a vivir con ello, pero algo dentro de mí se sigue pudriendo cada vez que mis ojos se posan en la mirada de un niño. En ese instante, de nuevo siento sus enormes manos, peludas, ásperas, hurgando en el vacío del diminuto cuerpo infantil, desnudo y limpio; destruyendo cualquier resquicio de intimidad, de inocencia, de futuro, de vida.