Sería capaz de dejarse morir verdaderamente para humillarme a mí también... Se acostumbró a dominar, a ejercer el poder de su luz sobre las desventuradas tinieblas. Su prepotencia lo acompaña desde el alba de los tiempos y, sin embargo, se doblega ante el ocaso de su propio imperio; un imperio efímero, fugaz, pasajero; predestinado a perseguir quimeras montado a lomos de pegasos en un loco carrusel.
Yo, mientras tanto, desde la cara negra de la luna, seguiré mi particular enfrentamiento, mi lucha eterna por defender la gloria de las sombras del inframundo frente a la plenitud del resplandor del día. Yo, Hécate, la diosa de la noche, protegeré bajo un vaporoso manto de estrellas a los oscuros ejércitos de amantes misteriosos..., nocturnos.