Sus ojos, de intenso azul, me miraron sin pudor mientras la desnudaba lentamente abrasándome en los míos. Sentí sus pechos bailar debajo del inmaculado blanco de su blusa y sus muslos agitarse dentro de los negros pantalones de cuero. Cruzó etérea entre las mesas del bar y con la dulzura y sensualidad de una diosa griega me preguntó como cada día: ¿café con leche?