Desde el otro lado del planeta la persigo si descanso cada día. Bellísima, tornadiza y caprichosa, se recrea en el espejo marinero de la noche. A tientas indago entre sábanas de sombras y pregunto a las nubes que, burlándose de mí, se divierten encubriendo sus encantos. Mientras, ella sigue jugando al escondite. Entre tinieblas, que me hieren como afilados cuchillitos de fina escarcha, se asoma a mi balcón y me vacía. No repara en que me abraso de amor, no comprende que mi propio fuego me consuma lentamente. Pero pronto, muy pronto, podré ocultarla de nuevo entre mis brazos.