Por si se acerca el tiempo en que no es bueno recordar, por si llega el momento en que no hay que mirar atrás, quisiera antes de irte, despedirme sin rencor, y agradecerte cada lección que me enseñaste tu.
Yo hubiera preferido no aprender las del dolor, porque, aunque hizo más grande a mis fuerzas y a mi valor, dejó en cambio, pequeña mi inocencia y al final sufría mucho menos, pero me costaba mucho más amar.
Con tantas decepciones que sufrí y que causé fui a veces la culpable y otras tantas fuí la juez. Pedí perdón y perdoné a quien no lo quiso dar, y comprendí que por odiar, el que odia paga aún mayor castigo.
Aún así no me quiero despedir sin darte las gracias al menos, una vez más.
Gracias por cada oportunidad que tuve de reparar el daño que causé. Gracias por dejarme aprender del error y del ayer, pero sobre todo: gracias por traer siempre un después, una mañana hasta mis pies y dejarlo entre mis manos...
