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Agorafobia

Sé que vendrán por mí en cualquier momento. No me hago ilusiones. Subirán las escaleras en una furtiva procesión de sombras salidas de otro mundo, dispuestas a llevar de vuelta al hijo pródigo que se niega a regresar. Nadie se asomará a las puertas ni a los pasillos a ver lo que pasa. Qué les importa. Una puerta es igual a otra, un pasillo reproduce todos los pasillos del mundo, una procesión de oscuras formas atravesando la inmovilidad cotidiana del día a día es una posibilidad como cualquier otra en millones de urbes idénticas a sí mismas. Da igual.
Miro por la ventana el luminoso panorama de la calle estrechada entre tiendas y edificios, y espero. Allá abajo es el bullicio de la tarde calurosa, mientras en esta breve habitación el tiempo se condensa, ominoso y silencioso. Es todo lo que hay: mirar por la ventana, ver pasar autos, bicicletas, figuras humanas moviéndose aprisa; observar desde este solitario promontorio de cuatro paredes, y esperar. No me hago ilusiones. Ya nadie mira hacia arriba en busca de un rostro que se congeló en el tiempo, ni llama para preguntar qué será de un alma y un cuerpo olvidados, enclaustrados en sí mismos. El tiempo de espera allá, del otro lado de los umbrales que se repiten hasta la nausea y el cansancio, ha caducado. Vendrán por mí.
Me encontrarán sentado junto a esta ventana, justo aquí donde la vida se detuvo hace demasiado ya para esperar misericordia y paciencia. Entrarán y cargarán mi cuerpo descoyuntado sobre sus junturas, inerme más allá de cualquier posibilidad de horror ante el abandono de su guarida. Y mi alma aullará, arrancada de su cuerpo al fin, liberada del reducido espacio que aún la cobija contra su antiguo terror, y será lanzada hacia la inmensidad de un cielo que será como su infierno.

Lobosluna04 de marzo de 2012

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