Volver a Dios. ¡Mansa novedad!
Y que lo diga, Su Señoría,
novedad sería que Dios haya muerto
en realidad.
Pero ni eso supieron hacer bien,
qué quieren que les diga,
ahora habrá que agarrar la hilacha
que se les asoma
irremediablemente por el portillo donde estuvo
una vez algo así
como un corazón o una tripa (¡qué asco!).
¿Y debemos rendirles pleitesía, encima de todo?
¿Por no cantar la rosa y hacerla florecer en el poema?
Elegir entre un cantor y un hortelano
no es tarea fácil, ¿sabían?
Es difícil por lo que tiene de improcedente
en circunstancias en que
todo se reduce a nada y nada es reducible.
Ahora viene la cuenta, ¿y quién la paga?
Se hubieran podido pedir algo que
se pudiera comer al menos,
que se metiera en los dientes,
que escurriera por la comisura
y no esa cena frugal
de príncipe y mendigo
buena para nada.
¡Y tanta retórica derramada
a diestra y siniestra!
Ahora un verso es igual a otro,
¿y quién nos salva de los poetas-retóricos,
de los poetas-filósofos,
de los poetas-puros,
de los malditos-poetas?
Veo bajar la luna
como un redondel sobre
la fragua.
Lindo. Sáquenle un foto
antes de que se
deshaga. ¿Ya lo hizo?
Bien. Continuemos.
Novedad sería volver a la poesía,
poeta, Poetes, Hacedor,
Creador, Dios,
¿y eso les costó tanto?
¡O tempora! ¡O mores!
Y así continuar hasta el final
de la hora final
del punto final del remate
final
de la genuflexión final
del intelecto
titilando agónico en su
luz fría final,
20.000 voltios,
hongo nuclear, atomización,
intertextualidad, etc., etc., etc.
