Queda lejos el enigma de la esfinge
y recuerdo allá la noche más oscura,
cuando beber de vuestro alambique
resultaba ser la jugada más astuta.
Teníais miedo de perderme en el vacío
o en el inoportuno quehacer de un cultivo.
Decidisteis salvarme de un peligro inexistente
y no os supe plantear que me negaba.
Del mercado de posibles fui cliente,
protagonista de una derrota pactada.
Y hoy, en la vorágine del Humanismo,
calcínase un inolvidable testigo.
Arrojo inmundicias al rostro del pasado,
renuncio a mi condición de esclavo
y pervierto al Babel más desvaído.
Busco las pistas hacia un austero proyecto,
y construyo mundos extraños. En ellos me pierdo.
Y acorto el juego. Sigo siendo yo.
Y aborto el miedo. Ya sé decir que no.
Y trastoco mi ego. Aún es mi motor.
No quiero que los sueños venideros mueran en un altar mayor. Si no puedo alimentarlos al menos pido que el viento los limpie y les cobije el bravo mar de mi corazón.
Me despido del fuego.
Prescindo de las musas.
Y en la luz de un nuevo día
la tentación ya no me importa.
Mi alma no entrego.
Percibidas como intrusas
escucho vuestras melodías.
Epopeyo el sendero a mi corona.
Tales cataratas no lo logran.
Pasional, racional
no me ahogo.
Infernal, original,
elijo no hacerlo.
Y deseo vivir para verlo...
¡larga vida al lobo!
Larga vida al lobo, y que sus aullidos sean los sueños venideros, por siempre alimentados por la hermosa luz de luna.
Me tañen muchas cuerdas tus letras.
Un enorme abrazo.