Siglo de Oro
Aparto con un leve ademán
la lluvia que azota mi rostro.
Logré emigrar de mi Españistán,
y maquillar mi marca de Cagliostro.
Respiro éter, el elixir más puro
que exhala tu perfume de cerezo.
A mi arcano dios oscuro
juro que ya no rezo.
Mi mente a veces divaga
por galaxias que no me eran ajenas.
Pero son reminiscencias de una saga
que haga lo que haga, no vale la pena.
La pasión de la estrella azul
consigue dilatar mis venas,
encerrar el mal dentro de un baúl,
y estar listo para la puesta en escena.
Y qué decir de mi regalo,
ni incondicional ni gratuito,
pero sí tan preciado,
tan hablado y tan escrito.
Mi alma, solo a cambio,
de sentir tu sangre de grafito
latiendo, huidiza, por tu piel,
rugiendo en tu corazón.
Sugiriendo un grito de papel,
un proyecto de sinrazón
más razonada que nunca.
Un sentido para cada canción;
un interrogante sin pregunta.
Vístete con lencería de seda.
Para que pueda arrancártela sin querer,
leyendo cada pliegue de tu talle
en lo más profundo de tu ser.
Se abre la veda,
cazaré
sin perder detalle
de lo que solo sea posible
ver como mucho una vez.
Beber no es tan factible
como aliviar siempre la sed.
Y prefiero que tus labios me recuerden
el placer de dormir esta noche en ellos,
para que no haya malentendidos
ni protesten ferozmente en mi cuello.
Brindo por un Siglo de Oro,
en el que las cartas se envíen sin sellos.
Me quedo con la señorita del coro
que solo canta para mí en sueños.
