Aprende el que quiere aprender
que cuando a ti te da
por olvidarme, por crecer,
olvidas lo que quieres recordar
y recuerdas lo que dejas atrás.
Ese es tu toque del cisne,
tu canto de Midas,
el favor del que huiste
y el terror que me pidas.
Tu tesoro resuelto,
tu puzzle escondido.
Tu pelo anegado
y tu tacto encendido.
Tu boca al pestañear,
tus manos bailando,
tus pies vacilando,
y tu sueño más real.
Tus besos de humo,
el odio al que me aferro.
Tu amor envenenado
hacia este hombre de hierro.
Mejor será
(cuentan los sabios)
que si debo
alejarme de tus labios,
tu desdén, tu risa,
tu "no te vayas, ven",
tendría que aprender
a escribir de nuevo.
Regresar a la casilla cero
de este viejo tablero
y esperar a que no vigiles
para escapar del agujero
y de tu artero plan
por el que somos dos locos
que no sabrán
de dónde vienen
ni hacia dónde van;
caminando sin motivo
por una avenida de dudas,
cerrada por derribo,
en la que tú me saludas
y yo no te esquivo.
Contemos mentiras,
digamos los pasos que quedan
hasta largarme de aquí.
Aceptemos los casos
de aquellos que juegan
con su porvenir.
Brindemos, choquemos las copas,
hagamos el papeleo pertinente.
Quitémonos la ropa,
escapemos del presente,
alcancemos mi vieja gloria.
Seamos rehenes de esta historia.
