La tarde anterior estaba yo sentada en una esquina,
Filosofando mis escasos años e incluso tratando de entenderme a misma,
Pero de pronto sentí una brisa algo extraña debo confesarlo,
Llego a mi mente un duende
Robando como siempre lo hacen esos seres tan peculiares,
En este caso fue un pensamiento,
Cubriendo un poco mi opaca tristeza,
Esa tristeza que no me deja vivir de cierta forma,
Ese ser en realidad me hace sentir bien.
Me congela su forma de expresarse,
Me electrocuta su exactitud de palabras
Su sensibilidad de percibir los sentimientos del prójimo hace que inhale nuevos vientos
Ese duende es de oro, porque sin saber quien soy,
Sin saber a quien le lloro, si tengo o no la razón de estar así,
Me apoya, me impulsa a salir adelante así comparte un algo conmigo,
Un algo que hace que sonría, que me de gusto el que este ahí,
Lejos o no, se que el vive en mi
Realmente el no me conoce, no sabe quien soy,
No sabe absolutamente nada
Y me roba un pensamiento, verdaderamente e ilógicamente es especial en mi,
Ya que extrae una divagación de fragantes pensares.
Ausente o errante, desquiciada o enferma, loca o perversa, muerta o viva
No le importa aquí estoy, y el esta ahí..
Fue mi soledad la que atrajo a mi duende de oro,
y la que me hizo saber que era como un ángel guardián
Obstruyendo mi infelicidad
No le escribo un verso, un poema, una poesía tampoco un soneto,
Pero si un texto donde le digo que es el un duende
muy apreciado por mi, Por el estimulo que me da.