Las tardes que se van no me traen aquellas
de sol sin sombrilla ni gafas,
esas también fueron crucificadas a su puerta.
Cada aurora juega con mis manos al color del tiempo,
se lleva atados silencios, dobleces,
hasta un mar de olas oscuras,
donde el firmamento borró las estrellas
y solo sobrevivió un vacío, lleno de inciertos,
que no deja lugar para arcoiris.
El Polo atraviesa las noches,
nunca supieron cual sería el mejor momento
para abrazar o alejarse,
resbalaron entre rocas de ausencias
al centro de la Tierra
y quedaron allí,
atascadas entre tantos malos entendidos.
No se contentan de saber
que nada pervive.
Autora: María Esther Valiente.