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La Llamada

Contestó la llamada frio e impávido. Hablo parco, asintió un par de veces moviendo la cabeza de lado a lado y dijo algo al otro lado del hilo, se mantuvo en silencio por un eterno segundo colgando el teléfono dijo:
- Ha muerto mi madre.
Lo dijo como si fuese la cosa más natural del mundo. Y como una nube bajando de la montaña el silencio descendió por las paredes de la oficina y todos quedaron mudos.

Después de un largo e incomodo silencio dijo:
- Será mejor que acabe. Y regresó al aula de clases a continuar su lección de ingles. Al abrir la puerta los encontró hablando español, hizo un mohín desaprobatorio y en puro ingles let´s preguntou:

- Where were we? Y continúo la clase como si nunca hubiese sido interrumpida.

Al acabar evadió a todos los que se le acercaron a mostrarle simpatía y acompañarlo en su dolor. No los dejo aproximarse y menos aun tocarlo. Caminó hasta la puerta y al salir emergió en el horrible mundo gris de una Lima brutal. Fue asaltado por olores rancios: perfúmenes empalagosos y vapores fétidos de una ciudad Babilónicamente Moderna. Se sacudió las malas pulgas del destino y tomo el primer bus que encontró.

Al avanzar el bus y mientras recorría las frías calles avanzaba su vida frente a sus ojos como un calidoscopio de imágenes de vidas pasadas, de recuerdos queridos, de caricias de amor y de una falda donde esconderse cuando lo asediaban los fantasmas y el dolor. Recuerdos, también, de una sonrisa cómplice, un abrazo fortuito, amor y seguridad. Su madre acariciando su pelo y diciendo: Todo esta bien. Y todo estaba bien.

- Mi madre, mi madre  exclamó en silencio.

No se la podía sacar de su mente y los recuerdos de ella se transfiguraban en imagines: imagines como la de ella esperándolo a la llegada a casa después de una fiesta más allá de medianoche. Lo esperaba por que lo quería, por que se preocupaba por él pero él la odiaba por eso. Mas ahora al sentir su ausencia la extrañaba.
Ella no lo podía soltar pero tampoco retener y la angustia de ver al hijo querido bueno y dócil convertido en una bestia salvaje irreconocible que contestaba mal, no acataba sus ordenes, la ignoraba y sobretodo - y lo peor- que no la oía. No la oía ni aún cuando la oía. Para ella él era la sal de su vida y lo amaba pero sabía que el ave pronto dejaría el nido. Muy pronto volara. - se lamentaba.
Pero él nunca se fue. Nunca lo hizo. Se quedó hasta grandazo y manganzón.

Una lágrima gruesa y dolida rodo por su mejilla y volvió a repetir:
- Mi madre. Puta madre.

Tantas palabras que callé. Tantas cosas que debí decir, de hacer. He debido, por lo menos, de haberle agradecido con una sonrisa por tantos gestos amables suyos, de haberle dado una palabra de aliento en sus tiempos de inseguridad y angustia. He debido haberle dado un abrazo en las noches de frio y arreglarle el cerquillo cuando dormía esperandome frente al televisor. Pero no. Llegaba y me encerraba en mi cuarto y ni siquiera la saludaba.
Muchas veces al oírme entrar preguntaba:
- Roberto Roberto. ¿Eres tú?
- ¿Quien quieres que sea? ¿Un ladrón? Si lo fuese no te hubiese contestado sino te hubiesen degollado. Y la pobre asustada se escondía en su cuarto y seguramente se ponía a temblar. ¿Para que? ¿Por que Dios mío le decía esas cosas? ¿Hacia esas bromas? Lo hacia por joder, con cizaña y con ganas.

¡Que mierda que he sido! Dejé todas esas cosas tiernas que quería decirle para otra oportunidad mientras la torturaba. Mi voz, mi tono, mis modos, mi manera de ser dentro de la casa. Todo era una provocación. Una gran provocación.
¿Que chucha quería que hiciera? Es más: ¿Que chucha he hecho yo? - se preguntó subiendo el tono de voz. Un pasajero lo miró de reojo y se sorprendió al darse cuenta de que estaba hablando solo.

Hubiese querido hacer mucho más por su madre como llevarla al cine, a Paris, que sé yo. Hubiese querido comprarle carros y joyas. Hubiese querido mostrarle su amor comprándole algo pero no podía mostrarle su amor con gestos o cariño. no podía mostrarle su amor con un beso, con una palabra amable o una mirada cómplice como en antaño.

Eso era lo único lo que la vieja quería. Pero no. No podía. Y en su furia, en su frustración por ser lo que era, por lo que sentía vivía frustrado y resentido al lado de una vieja que se podría y olía. Y esa mujer era su madre. Y era ahí donde descargaba su furia, su odio, su impotencia y rabia, en la mujer que lo vio nacer. Que cruel era la vida. Pero que se podía hacer: ella era vieja y no se podía defender.

Cuando recibió la llamada, al colgar, dio un fuerte suspiro y se oyó decirse a si mismo.
- Por fin. Lo dijo porque se sentía liberado del odio y de la fuerte, fuertísima sensación de culpa que lo había acompañado siempre.

- Por fin podre vivir  se dijo y al llegar al último paradero tomo un Taxi y regreso a casa para desembarazarse del cadáver.











Mcluna09 de abril de 2019

1 Recomendaciones

1 Comentarios

  • Regina

    !Ostras Pedrín!, vaya final, eres genial, y con un humor negro, muy particular, me encantó.
    Saludos cordiales Mcluna.

    09/04/19 10:04

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