Silencio
15 de febrero de 2008
por mendaciloquus
Ojalá no sea verdad que mi voz, a pesar de su trueno casi espantoso, casi dulce, como el rugido de los cielos, grave y marchita, como el cuerno del pastor, tenue y penosa cual postrero aullido de la bestia abandonada a morir en medio de una noche blanca de nieve
ojalá no sea verdad que mi voz sólo sabe lastimar
Solo una vez en mi vida he hablado de la soledad que me ha esclavizado desde el día en que me enteré de la farsa que soy. Ella por no ser más otra siempre era una sonrisa para quien le viere. Yo fui el único de todos que escuchó el llanto que muchas mujeres esconden tras la sonrisa, tras la carcajada: ese dolor causado por la herida de la otredad, esa molestia de incertidumbre, de incomprensión, la indiferencia y el vacío que las ata a una vida de huecos y remaches. Ella vivía así.
Nuestra relación tomaba forma. Era muy difícil de creer. Un buey gigante de cuernos chatos; un canario descansando su vuelo y su canto en el lomo de la bestia. Él mugía y su hocico abierto derramaba saliva, exhalaba un aliento que el frío reconocía. Ella sólo cantaba para él, se acercaba dando de saltos pequeños hasta llegar a una de las orejas de la bestia y allí y a él, cantaba las melodías más tristes: una opera en su complejidad, un sólo de chelo con sus diminuendos con sus crescendos, un coro de voces, de edades, con la dulzura infantil, con la madurez de la flor o del licor; la armonía del misterio femenino le era contada a una bestia bruta
indigna de semejante belleza escuchar.
Así caminábamos, así nos amamos sin necesitar el beso y obviando las ternuras de que la piel se nutre
nosotros desnudamos nuestras almas y ellas hicieron el resto.
Pero llegó entonces el día en que tuve que escupir el veneno con el que he nacido, al que ahora veo más como sombra, que ponzoña o colmillo.
No hube mencionado más palabras referido a cómo nació esta mi soledad, que ella palideció y me pidió le permitiere ir a por una bebida para recobrarse del susto. Pasó tiempo y comencé a dudar en contarle algo que sólo le estaba ahogando, pero ella
quiero saber
sentí esperanza.
La gente me miró con desprecio, yo sostenía su cuello, la gente comenzó a vociferar en mi contra, yo esperaba que abriera los ojos, la gente me apartó de ella, yo solo quería gritar su nombre y traerla de regreso, la gente me golpeaba y escupía, mientras más lágrimas yo derramaba más era el odio que hacia mí crecía, la sangre cubrió mi rostro por las piedras que me golpeaban; la ambulancia llegó y se la llevó lejos de mí.
El día en que sería su cuerpo entregado a la tierra y su alma regresada a los cielos, no pude hacer más que maldecir cada una de las lágrimas que mis ojos derramaban detrás de barrotes y armas de fuego
allí donde toda bestia debe de estar.
La gente dice que el buey aplastó al canario, algo de ello es cierto. Yo la maté. Yo debí de guardar tras barrotes a la otra bestia que llevo dentro. Pero ella quería saber. ¿Ustedes quieren saber de mi soledad?