Recuerdo cuando tenía sueños, era yo contra el mundo.
La emoción de no saber la magia que traería el día siguiente.
Sonrisas al amanecer, sonrisas al anochecer, sonrisas por la vida.
El brillo resplandeciente del sol, el aroma relajante de la lluvia, la luna fiel testigo de mi espíritu
inquebrantable en aquellos días.
El encanto de convertir todo en un arte.
Enviciar las caras largas con un toque de alegría.
Ideas y aventuras concebidas por un alma vivaz encendían esa chispa que le da un impulso a cada despertar.
Aquella noche cuando descubrí el encanto más allá de tu mirada, y una parte de mí se fue contigo, deje volar esos sueños y con emoción me precipite a vislumbrar sueños nuevos donde tú y yo seríamos los protagonistas, me diste inspiración y motivos.
Pero claro, otros sueños te conmovieron y abandonaste los míos, lentamente la realidad los fue consumiendo.
Ahora soy yo y mi soledad que evitamos luchar contra el mundo.
Un leve suministro de falsas esperanzas e ilusiones insanas para cada despertar.
Rehacer sueños ya me resulta imposible.
