Conversé con los alevines
en las calles sin adoquines.
Donde diviso los altos pisos,
de putas y alamines.
Trepé por los tejados,
entre ladridos de mastines,
donde bordé como regalo,
las tejas con postines.
Puse rejas en las ventanas,
en las luceras de los soles,
que impidieron cantos a bemoles
y alumbres de colorines.
Avancé arribando a otros confines,
donde se engalana la marrana,
la hiedra,
la hidra que en sabanas yermas
se enreda tras la cama.
Bang-bang
Hizo caso omiso a mis balines.
Miré tras el vidrio sucio,
donde cuelgan, rosas, volantines.
Me tocó el prepucio
y casi me la tiro,
del sofá al colchón,
del bar al figón
y el cascote al corazón
¡ya no me defienden mis machines!
Me cubrí de capines y jazmines
cuando me caló
de tal pestilencia la congoja.
Hice trenzas a la tristeza
y me bañé en los albardines.
Se encendieron las candelas
que estuvieron en penitencia
tras decir:
que el viento que arrastra mi cante,
mi copete,
es de mierda y de grilletes,
que no sabe de clemencia,
que no entiende de la suerte,
que se forro de calcetines.
Resvalé, busque ayuda en los hollines
Caí y rehuyo
el sombrear desnudo del alma,
del perdón.
Que encarcelé al astro,
sin dejar rastro,
escondido tras portón.
Sin comida y poco agua,
con la que se lava y apaga el alba,
en los días sin sol.
Los días en que mueren mis jardines.