The Judgment
El sueño conciliado fue insuficiente
Y en vez de llamársele reparador, fue una especie de destructor. Según el reloj, apenas habían transcurrido 6 horas desde que me dormí. Amira seguía acostada en el sofá y yo en el alfeizar, acomodado precariamente y con un terrible dolor de espalda.
Cuando me disponía a levantarme, el móvil en el bolsillo sonó escandalosamente. Abogado Smith Se leía en la pantalla. Antes de que aquel repertorio de Lyl Wayne despertara a mi hermane me apresure al baño y atendí, sin siquiera hablar realmente con Smith.
De fondo, murmullos se escuchaban como si estuviera en medio de un salo atestado de gente. Joshua aclaro su garganta y hablo por fin, inseguro de si había sido atendido.
-¿Dave estas ahí? ¿Estas despierto? Supuse que debía recordarte lo de la cita de hoy.-Hizo una pausa, parecía en verdad esperar a que le contestara. Pero solo se me ocurrían insultos-¿Dave, estas ahí? ¡Dave, mierda! Debió atender el buzón de voz
Dave, escucha hoy es el juicio de imputación de cargos. Tienes que estar allí, 7 y 30 en frente del juzgado. Viste un Esmoquin y no falles
Corto la llamada sin despedirse y yo estuve tentado de romper un cristal con el móvil. Pero prefería no despertar a Amira. Así que el proceso de acicalamiento correspondiente se realizo en completa normalidad, aunque con la sensación terrible de que todo era en cámara lenta. Después de la ducha había venido el problema de vestirme, y con él, el problema de anudar una corbata. Con la tira de tela me pare frente a Amira, Esmoquin había dicho Smith y ello implicaba corbata
Pero para mi gusto solo generaba una terrible reacción en cadena: Despertar a Amira para anudar la corbata significaba decirle que me iba y a donde iba, aquello la haría llorar de nuevo hasta el cansancio de nuevo, y volvería a sentirme el ser mas hijo de puta de este universo.
-Sin corbata entonces
El traje de corte diplomático, de color caqui se veía bien sin esa corbata. Era el único que tenía, pero no me hacía ver tan mal
Era sorprendente que por momentos la mirada lúgubre diera espacio a sonrisas amplias al imaginar situaciones hipotéticas con este traje. El cabello peinado hacía atrás y fijado con gel, el grueso sobre de manila en las manos y ya esperaba en el ascensor para llegar al primer piso. Lo sentía como el descenso que mi alma hacía hasta los pies
Una caída en cámara lenta.
Una vez afuera, y a bordo de un taxi con indicaciones precisas de destino, recordaba el procedimiento para un juicio al que ya había sido sometido. Al entrar vendría la requisa, los acusados podrían llevar armas blancas o de fuego, incluso sustancias para atacar al juez o al ente acusador. Luego me harían pasar a la corte, donde con suerte algunos miserables curiosos estarían allí para disfrutar el juicio como si se tratara de una función de cine. Primero vendría la lectura de los cargos de los que se me acusaban, y al final preguntarían si me allanaba a los cargos. Luego vendría la ponencia del ente acusador: Testigos, evidencias físicas, evidencias de balística tal vez. Y luego Joshua haría su brillante defensa, que si no estuviera yo mismo seguro de que era culpable, le creería acerca de mi inocencia. Era un proceso relativamente corto
Y sin embargo se extendía por horas y horas y horas. La última vez que había estado allí, vestía un hermoso uniforme naranja y hoy vestía Hugo Boss.
Puntual, Joshua me esperaba fuera de la corte, con su traje de siempre, que me hacía preguntar si acaso no tenía más. Sostenía en las manos el temido portafolio negro y a través de sus gafas, sus ojos se mostraban crueles. Ni un ápice de alegría en cuanto me vio, tal vez estaba cansado de lidiar conmigo, como yo con él.
-¿Listo?
Por eso era mi preferido. No era cortes ni rendía pleitesía cuando no lo consideraba. Tampoco le respondí, asentí y metí las manos a los bolsillos. Lo único bueno de todo esto estaba en el asunto de que era tan solo un Deja Vu. Entramos a la corte, había poca gente. Abogados, policías, magistrados
ninguno pareció dar importancia a mi paso.
Finalmente después de voltear en varias esquinas y caminar a través de pasillos tan largos como
Demasiados largos, nos detuvimos frente a las puertas dobles de madera, del salón en donde se celebraría el juicio. Los dos policías, rellenos de rosquillas del cinturón para arriba las abrieron y allí dentro estaban los que deberían estar: la defensa que me observaba como si tuviera lepra, y los chismosos de siempre. Ocupamos nuestro lugar frente al estrado y una poderosa voz nos ordeno ponernos de pie para recibir a la honorable juez. Sorprendentemente la reconocí, y ella a mi. Con cierto tono jocoso se desprendió de su envestidura emblemática y me saludo con una sonrisa.
Cuando tomo posición, las sonrisas se desvanecieron y comenzó el verdadero némesis. Cuando esperaba que releyeran los procesos en mi contra, el ente acusador comenzó a leer una serie de sucesos que en mi carrera como delincuente no habían estado bajo mi responsabilidad. Proteste, Joshua me sentó a la fuerza. ¿De que estaban hablando? El abogado acusador, Robert Green retomo su lectura:
La noche del 22 de junio a las --:-- de la noche, una licorera fue asaltada en cercanías de su residencia, Sr Sørensen. El tendero fue herido con dos disparos que le causaron la muerte. Uno en el pecho, que atravesó el corazón y otro más que impacto el pómulo izquierdo alojándose en el cerebro.
El atacante, quien fue identificado como Edward Gómez, fue visto con usted minutos antes del asalto, como se demuestra en los videos que registraron las cámaras de seguridad:
Señalo al frente, otro oficial gordo arrastro un televisor en una mesita de ruedas. En su pantalla las grabaciones mostraron lo que decía, a mí tambaleándome frente al mostrador de vodkas y cervezas y a Edward, un viejo conocido de la vida delincuencial, que cuando le salude efusivamente respondió con cierto nerviosismo. Dos minutos después me marchaba con mi botín y otros dos minutos después se veía el asesinato del tendero y la huida de Edward con la caja registradora en su poder. A eso seguramente era a lo que mi abuela se refería cuando decía La mala hora
Las siguientes dos horas, fue una especie de tira afloja entre acusadores y defensores sobre mi inocencia. Había tenido mi oportunidad de explicar con calma lo que había echo esa noche. El hospital, luego la casa, la borrachera
Incluso había dado los datos de mis amigos, si era necesario. Estaba tranquilo y confiado, pues este no era mi problema ni había sido culpa mía como quería hacer ver el abogado acusador. Se gritaban en ocasiones, ambos eran apasionados a la hora de defenderme y atacarme respectivamente. Finalmente la jueza concedió una pausa de 20 minutos y allí en la privacidad del baño, Smith me abordo de nuevo insistiendo en que me declarara culpable de complicidad en el asesinato de Navid Salomón.
Sus argumentos eran convincentes, si decía que sí, el máximo de condena era 8 años con derecho a excarcelación, rebaja de pena por buena conducta e indulto. Pero si hacía lo contrario me enviarían a la cárcel hasta aclarar el asunto y podía permanecer muchos mas años en la cárcel mientras se resolvían el asunto de mi Supuesta Inocencia de la cual tampoco estaba muy convencido. Me negué prestamente y le deje con sus argumentos en el baño para que se los metiera por donde le cupieran. En América eras inocente hasta demostrar lo contrario, así que no me vendería como judas solo porque si
Confiaba en la justicia, aunque no en mi abogado.
Regresamos a la corte, la jueza prosiguió y llego el momento de la temida pregunta. Joshua permaneció indiferente con las manos cruzadas sobre la mesa pues estaba seguro de mi respuesta. Sin embargo para mi sorpresa todo fue como lo vaticino, medida carcelaria preventiva mientras se comprobaba mi inocencia
De acuerdo a mi historial, era un sujeto peligroso para la sociedad.
Tenía que avisarle a Amira... y a Laura, James
Mierda. No me dieron tiempo, los guardias regordetes se acercaron para poner las esposas alrededor de las muñecas. No tenía objeto resistirse
Al ver a Joshua de refilón me pareció leer de sus labios un Te lo dije Y sentí repentinos deseos de putearlo. En la prisión estatal le vería de nuevo, y le encargaría todo lo que tuviera que ver con Amira