Cuando miré por la ventana, el frío que carcomía mis huesos era el mismo que en mis pesadillas me hacían sudar; era un aroma penetrante que transcurría por cada una de mis arterias corporales, un abismo que se congelaba al pasar por cada uno de mis escudriñados pensamientos.
Cada momento que trascurría (como el simple viento dentro del mar), cerraban mis ojos, esperaban así que la luna pudiera velar mis sueños, mis pesadillas, mis tormentos. El frío seguía afuera de mis párpados, latía vivo dentro del inhóspito submundo que rodeaba mi realidad. ¡¡¡Y AHORA ME DOY CUENTA QUE LA NOCHE ME DURMIÓ EN SU REGAZO!!!
Sentencié en aquellos simples y vacíos minutos, a que la noche jugara conmigo, a que el frío congelara mis huesos, a que mi sangre se helara por un momento, a que mis labios se cerraran por dentro. Minutos mortales que cosieron cada uno de mis pensamientos, convirtiéndolos en un manto de ensueño que hoy la luna se ríe al verlo.
MALDITA INSCONCIENCIA QUE HOY ME VUELVE TAN MORTAL COMO AQUEL QUE DESPERTÓ A LA MAÑANA SIGUIENTE Y FUÉ CAPAZ DE LLORAR EN SILENCIO...