Comencé a correr. Yo sentía que me perseguía. Quería acabar conmigo de la forma que fuese. Corría y corría, sin ni si quiera mirar por donde iba. Solo huía. Paré en seco. Mis pulmones necesitaban un descanso, pues ya comenzaban a amenazarme con salirse por mi boca. No podía respirar, tenía ganas de vomitar, de tirarme al suelo. De dormirme para siempre. Inconscientemente dirigí mi mano hacia el cinturón. A la pistola aún le quedaban unas balas. La saqué, estaba asustada. Cerré los ojos, pero volví a sentir ese pinchazo en el pecho, otro presentimiento de que se acercaba. Cargué la pistola, y apunté. La sombra seguía acercándose. No entendía cómo no tenía miedo a morir. Y entonces disparé.
Estaba sola en la calle. Solo merodeaban un par de gatos que estaban destrozando las bolsas de basura. Respiré aliviada, pensando que por fin habría desaparecido. Pero días después volvió a aparecer. Esta vez le vi la cara. Eran mis complejos que volvían para atormentarme. Ahora pistola la dirigí a mi sien.
Aunque a veces cueste, no hay más remedio que aceptarse como uno es.
Un beso!