A Narcisa,
la que provoca, incapaz de padecer.
Coleccionista de marionetas,
bucle de espejos convexos,
yonqui del aliento ajeno.
¿Aún puedes distinguir cuál de todas tus verdades es falsa?

De nuestra mirada depende tu miserable existencia.
Me agotas.
Para mi suerte, comienzas a absorber la luz.

-.-

Puedo oír la locomotora aproximándose.
Quizá sea el último de la noche.
La niebla que levantan los quitapiedras
despliega dos lienzos sobre el andén.

Vía 3. Pasos cortos. Huesos rotos.
Horizonte de hormigón y grafeno.
Toperas de las almas del siamés,
hangar definitivo de las palabras perforadas.

Calculo el daño de la fuerza del impacto.
Es imposible mitigar tu anhelo delirante.
Dejaste de ser vector al perder dirección
y sentido, al parasitar mis tejidos.

Esquirlas de mi cráneo fracturado,
teselas de tu lúgubre mosaico.
Acopio de turbaciones que me fraguaron
en lo absurdo, insomne y doliente.

Vía 4. Pasos largos. Último aviso.
Maleza que abraza la herrumbre,
traviesas henchidas por las que el sollozo
baila en puntas sin comprometer el juicio.

Convoy estéril a cuyo paso germina
el soplo urgente y el lento rabiar.
Trayecto de tercera en vagón de preferente.
¿Acaso crees que tu destino es el cielo?

Puedo vibrar con el mantra del traqueteo.
Grava que cruje en resonancias compartidas.
Sobre el raíl se mecen los ocres destellos.
Éste será mi tren de vida. El tuyo, buscar otra víctima.

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