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Fragmento de Novela En Proceso Sin Título.

Las intensas gotas de agua golpeaban el rostro de Ketno con violencia mientras, con la boca abierta, intentaba gritar sin lograr emitir ningún sonido. A pesar de la lluvia torrencial, las llamas devoraban su casa sin ninguna dificultad. No solo su casa, sino toda Arul, pero él sabía que el abuelo Tol aún estaba dentro y en ese momento le daba igual todo lo demás. Quería atravesar el muro de fuego y salvarlo, pero intentar moverse era inútil, su cuerpo pesaba toneladas y apenas podía sostenerse en pie. La impotencia se adueñó de él y la rabia consigo mismo ardía desde el interior de su pecho. Rompió a llorar y saboreó la sal de sus lágrimas junto el dulce de la lluvia, entonces se dio cuenta de que era real, pues en las pesadillas no sientes nada más que el simple miedo. Y él estaba saboreando la tristeza y la rabia .

Una figura alta y esbelta se abrió paso de entre las despiadadas llamas y poco después se detuvo. Ketno veía la figura en penumbra, con el imponente fuego detrás, y sentía que tenía delante al responsable de la muerte del abuelo Tol. De nuevo, quería moverse, pero ya no eran solo sus piernas, sus manos también estaban clavadas en el suelo, haciendo que el muchacho hubiese adoptado una postura involuntaria de súplica frente a la figura en penumbra. La figura se le acercó con desdén, se puso en cuclillas y levantó la cabeza de Ketno con un gesto indiferente y ambos se miraron a los ojos. Ketno no sabía si podía moverlos, pues no intentó apartarlos, ya que no quería olvidar el rostro de aquella asesina.

Su mirada era gélida y sólida como una roca. A través de sus plateados ojos no se podía ver nada, ni un atisbo de sentimientos o tan siquiera vida. Su rostro anguloso y afilado era igual de inexpresivo y cubierto de una piel perfecta sin ningún defecto. El pelo corto, también de un intenso plateado, le daba a la criminal un aspecto metálico que armonizaba a la perfección con su armadura impecable y brillante y hasta el último decorado de los múltiples que tenía, gozaba de un nivel de detalle insultante. Todo ello contrastaba con su larga e imponente capa violeta que empezaba en su clavícula y acababa en los pies, ondeando impune después de haber atravesado las devastadoras llamas.

Con una certera y contundente patada de aquella mujer, el chico acabó en menos de una décima de segundo tumbado bocarriba, con un golpe sordo con el que sintió como todos sus músculos se entumecieron al unísono. La armadura no chirrió en absoluto, parecía que formase parte de su piel, pues la agilidad con la que la fémina puso el pie sobre el pecho de Ketno y desenvainó una lustrosa espada hasta posar la punta sobre la yugular del chico con una precisión quirúrgica, delataba que su armadura era un trabajo preciso y a medida. `

A Ketno le brillaban los húmedos y llorosos ojos. Le brillaban de odio y deseo de venganza. No tenía miedo, pues esto sólo pertenecía a las pesadillas, y eso no era una pesadilla. Era real.



Al chico le temblaba el labio inferior y respiraba con inquietud e irregularmente cuando, apenas al abrir los ojos, el abuelo Tol ya estaba a su lado, sujetándolo con los dos brazos y esbozando una reconfortante y preocupada sonrisa al mismo tiempo, pues la modesta casa era una sola habitación y la cama estaba a unos pasos del escritorio. A veces esto le pasaba a Ketno desde que tenía uso de memoria; en cualquier momento, entraba en una especie de trance y vivía situaciones extrañas en otro mundo, otra dimensión u otro tiempo. El abuelo Tol le decía que eran pequeños sueños, que era normal y que no se preocupase. Pero a pesar de intentar quitarle importancia, el señor Tol siempre se mostraba muy preocupado cuando le pasaba eso. Aunque como el chico no se acordaba de casi nada de esos pocos segundos en los que se ausentaba, tampoco le daba muchas más vueltas de las necesarias. Pero aquella vez, lo recordó todo. Hasta el más mínimo detalle de la ornamentada y brillante armadura.

Con la esperanza de que acabase olvidando la imagen de aquella horrible mujer aparecida entre las llamas que consumieron lo que más quería, se sentó a la mesa junto a su abuelo y comieron juntos pan seco mojado en sopa de col buscando una normalidad que, de momento, no quería compartir mesa con ellos. Pues aun sin mediar palabra, los ojos del muchacho que todavía reflejaban el brillo de la lustrosa vestimenta de la asesina y del fuego devorador, delataban con notoriedad los sentimientos de rabia y dolor. Sin embargo, el señor Tol no parecía que quisiese hacer ningún inciso al respecto, compartiendo con el chico la misma esperanza de que se acabase desvaneciendo esa horrible imagen.
Pau_coll18 de abril de 2017

1 Comentarios

  • Forareason

    ¿Podrías pasarte a leer algunos de mis micros? Me gustaría saber tu opinión.
    Muchísimas gracias.

    18/04/17 09:04

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