Luna, Lunita.
Luna, Lunita, que eres ya exánime.
Enterrada estás en Molinillo,
en el prado del recuerdo perenne.
Allí, en el concreto sitio, ni encima,
ni más en lo alto,
en el sitio donde se recuerdan los recuerdos.
Añoramos su blanco pelaje,
todo el cariño dado, su nariz fría.
Todos a los que les diste tu alma
creemos en el celeste cielo prometido
en el lugar donde no cabe nadie que no sea piadoso;
para ti, Luna o para todos los que fueron como tú,
se creó un edén, sí, un lugar anhelado,
donde no entran los malvados y donde tu alma era esperada,
moviendo tu cola blanca, símbolo de nuestra alegría.
Llorar no quiero la tristeza de este momento,
por no volverte a ver más, alma gemela,
que nunca jamás fuiste servidora y si compañera.
Tuviste hacia nosotros apego sincero,
eres ya soberana luz, allá en lo alto
se vislumbra la amistad que nos brindaste,
estrella bonita, marchando en un funesto
día de verano, sin alardes y erguida:
tu plato quedó vacío y tu escudilla también,
sólo queda de hoy uno de tus pelos,
clavado en nuestras tristes heridas,
heridas de los adentros.
Te fuiste, Luna, de esta tu silenciosa vida,
cerca de nosotros, sin molestarnos jamás, efímera.
Ni tan siquiera con tiempo de decir adiós.
Ni poder decirte hasta nunca.
Ay cuántas veces vi mover tu cola
andando junto a ti por las orillas
de los márgenes, en la muralla,
en la gran soledad: allá en los adentros
junto a mi trino interior eterno,
y tú mi perra saltando, hirsuto, llena
de energía en movimiento:
perra amada de todas nuestras conciencias
enarbolando tu cola blanca
en tu caminar brioso y dulce lamido.
Triste, triste,
llena de tristeza nos dejas,
sin nada más, que el recuerdo
de esos tus andares amados.
No hay adiós a ti Luna que hoy has muerto.
No hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya te fuiste y estás en el recuerdo.
En un campo de Molinillo estás ya,
por siempre, Luna, Lunita, perrita hermosa,
que aunque perro fuiste y serás
también, el más bello recuerdo.
