Se enamoró de lo que escribía, no de lo que era. Por eso, no fue de extrañar que eso que creían amor no durara más de lo que el microcuento de los "Duraznos sangrantes sabor a soledad" la decepcionará por su final tan estrambótico, tan rebuscado, tan infantil, tan sin sentido en su título y su cataplumflinflunparpouchínsunsun plaffffff.
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