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La Culpable de Todo

Pero ella tenía miedo. Ella no dejó sus sentimientos descubiertos ni un solo segundo. Tenía miedo de sentir, de enamorarse, de depender de él. Tenía miedo de verse inmersa en un mundo ocupado por dos personas cogidas eternamente de la mano, tenía miedo de que un día ese lazo se rompiera y su mundo no volviera a existir, no sin él. Ese miedo la fue consumiendo y con cada paso que él daba hacia su corazón, ella retrocedía y ponía obstáculos en su camino. La distancia fue su aliada. Ella se daba cuenta de que él cada vez era más necesario en su vida: necesitaba saber que estaba bien para poder respirar, necesitaba sus besos para sonreír, necesitaba oír su voz para poder dormir, necesitaba hablar con él para que su día tuviera sentido. Y todo eso le iba dando cada vez más miedo. Y no lo podía permitir. Así que comenzó a quererle más (eso no podía evitarlo) pero también a distanciarse más de él. El miedo a que todo acabara la llevó a alejarse. Se protegía. Se protegía para el momento en el que todo acabara. No quería sufrir, no quería estar tan involucrada, no quería que el dolor fuera insoportable. Lo que no sabía era que esa distancia la acercaba cada vez más al adiós.
Él se cansó, se cansó de dar todo sin recibir nada a cambio, de encontrar en ella solamente frialdad, de vivir algún momento mágico e inolvidable (a veces ella bajaba la guardia) y desear que toda su vida fuera así. Por momentos, él sentía que ella le quería, que estaba totalmente enamorada, pero rápidamente ella volvía a encerrarse en sí misma y a mostrarle indiferencia. Se cansó de ser el novio perfecto. Ella misma se cavó su propia tumba. Con sus miedos al fracaso consiguió hacerlo todo fracasar. Lo peor es que no consiguió mitigar el dolor y el sufrimiento. Todo lo contrario, fue aún peor, porque tenía la certeza de que ella era la culpable de todo.
Reich20 de diciembre de 2011

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