Quiero caer. Hacerlo desde una gran altura, sentir el vacío, la fuerza de la gravedad actuando sobre mi cuerpo, sentir que va a haber un fin, y de repente, remontar. Que el rebote sea más potente y renovador que la caída. Que el aire contaminado que acompaña mi descenso no penetre a penas en mi, que resbale, como lo hace la lluvia en el cristal, que pase sin dejar huella, sólo mejorando la turbidez emocional.
Hoy he estado acompañada de mi más fiel compañero, el miedo. Ha enviado a dormir a mi fuerza y le ha dado los buenos días a la duda. Aún me parece curioso cómo me dejo llevar. Es un logrado bucle, estructurado a la perfección. Años de construcción, cómo no volver a recorrer su camino. Una dirección formada y establecida será siempre mucho más fácil de seguir que crear tu propio sendero con pico y pala.
Me ha envuelto por completo, pero quiero perdonarme por haberle dado entrada VIP. A veces, es casi imposible mantener la compostura y no debilitarse, pero al menos, ya reconozco su presencia. La sé separar de mi verdadera realidad, esa que brilla y no tiene sombras. Esa que siempre se está elevando tras el rebote, que nunca toca el cielo porque no encuentra límites. La verdad.
