Me subí a aquel vagón con la pereza propia de cada mañana, y cuando, como de costumbre, me iba acostumbrando a la oscuridad de la rutina, su rostró destacó entre toda esa multitud de desconocidos. Llenó mi pecho de preciosas emociones, me hizo recordar momentos que creía ya no haber vivido, mi primera vez, mi primer olvido.
Quise acercarme y besar sus mejillas, recordarle que una vez sus manos fueron mías, que nunca debí dejar que me olvidara. Las noches frías y los besos, los abrazos fuertes, los te quieros en susurros, las canciones y los gritos al aire con nuestros respectivos nombres... El humo y las sábanas frías los domingos que dormía en mi casa, su cuerpo tendido en la cama, su cálida sonrisa al besar la mia, el encaje cómodo y confortable de dos bocas urgentes y conmovidas. Sentí su perfume en cada minúscula parte de mi cuerpo, recordé los ecos de los susurros que gritó en tantos portales, los retratos de ceniza que pintaba en las mesas de los bares, el movimiento preciso de sus dedos al liar un cigarro y su manera de mirar.
Deseé levantarme y volver a acomodarme junto a ella, explicarle lo que soy y lo que fui, recordarle que, antes de rendirnos, fuimos eternas.
me encanta!!!!!!
tienes un talento natural, no pares de escribir!
fallos? seré yo pero no le encuentro ninguno
lo que mas me gusto? chica no voy a pegarte todo el texto!!
un besitoo :)
