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Hoy por la mañana mi padre lo ha flipao literalemente conmigo. Casi todos los días, antes de trabajar me paso por su casa y nos tomamos algo en el bar de al lado mientras charlamos y leemos el periódico. Esa es la parte fácil de la historia, la difícil es el momento aparcamiento. Tengo que dar unas cinco vueltas a su manzana para conseguir dejar el coche aunque sea en doble fila, algo muy común en Sevilla. Hoy lo dejé en la puerta de su portal, pegado a una comisaría de policía, en doble fila. Me vio hacerlo el portero de mi padre, una persona un poco más baja que yo y que me cuenta sus historietas que yo escucho con atención y yo las mías, claro está.
Bueno, la cosa es que mientras estábamos en el bar se acercó el portero, me pidió las llaves del coche y cuando volvió me las entregó y dijo: "Ya tienes el coche bien aparcao" y se fue.
Mi padre me miró con una cara de alucinao... "vamo, vamo, si no lo veo no lo creo. Viene el portero y te aparca el coche como si fueras un señorito. Eso no lo he conseguido yo en mi vida". Claro, acto seguido los dos nos partimos de risa. Lo mejor es que él lo hace sin que medie ese veneno llamado dinero, sino que le caigo bien, me echa de menos cuando pasan los días y no aparezco, y por eso tuvo ese puntazo de coger el coche y ponerlo bien antes de que vinieran los policías a hacer su trabajo preferido: poner multas.
Tengo la suerte de tener don de gente. Sin embargo, en mi cabeza eso a veces se vuelve en contra, porque pienso que luego, cuando me conocen mejor se decepcionan. Es raro y como todo, tiene sus dos caras.