Recuerdo los momentos vividos, aquellos momentos en los que las únicas preocupaciones eran no pisar las rayas del suelo o colorear sin salirme del dibujo, hablo de nuestra infancia, cuando no importaba como te vestías o si le gustabas a los demás, cuando la peor tragedia era si te decían: “se lo voy a decir a mamá”. Y es que cuando era pequeña ponía los brazos dentro de mi camiseta y decía a la gente que no tenía brazos. Reiniciaba el juego en el momento que sabía que iba a perder. Dormía con todos mis peluches para que ninguno se sintiera solo. Tenía ese boli de cuatro colores y trataba de dar todos los colores a la vez. La decisión más difícil era elegir a qué juego de la Nintendo jugar. Esperaba detrás de una puerta para dar un susto a alguien pero me iba porque tardaba mucho en venir. Me hacía la dormida para que mis padres me llevaran en brazos a la cama. Pensaba que la luna seguía a mi coche. Observaba dos gotas de lluvia deslizarse por la ventanilla del coche como si de una carrera se tratase. Cogía el ordenador solo para usar el paint. La única cosa que tenía que cuidar era mi tamagotchi. Cuando éramos niños no podíamos esperar a crecer, ¿en qué estábamos pensando? Ahora echo de menos la infancia porque las heridas de las rodillas duelen menos que las del corazón.
Has consegudo cautivarme desde el principio hasta el final, eso quiere decir o que el texto te ha salido muy bien o que dentro de ti hay una gran escritora. Yo me inclino por lo segundo.
