Él siempre había tenido un obstinado proceder. Siempre había hecho lo que había querido, sin mayor límite moral que el de su propia conveniencia. Ya condenado, saltó la acequia con sus pies engrillados, hacia el paredón. En el tramo de doce metros del viejo patio carcelario, no se escuchó ni un solo lamento en esa fría madrugada. Había sido un asesino por gusto y, cansado de una vida de ocultamientos, se había dado el gusto de entregarse a la Justicia. Cuando vio titubear al Oficial, miró con ojos acerados a los fusileros, sonrió con una mueca casi imperceptible, hinchó su pecho y se dio el gusto de gritar: -¡Fuego!
?Como me puede picar la risa en un momento tan tr?gico?
No lo entiendo.
Debe ser por la satisfacci?n de ver a alguien que grita aquello que le da la sant?sima gana aunque s?lo sea porque no le queda nada que perder. Un ?ltimo segundo de alivio.
Genial, Silencioquenocalla.
Felicidades.
Que bien!, me ha gustado mucho!... el instante que nos narras genera anisedad por saber que pasa, al final, un sonrisa de complicidad se nos escapa!!.
Saludos!!