Levanta la brisa del otoño
la poesía de su letargo estival
cuando las golondrinas
abandonan sus nidos
y elevan sus alas negras
apuntando al horizonte,
mientras el sol se oculta
en el fin del equinoccio
de miradas indiscretas
y de corazones tiernos.
La sombra de la soledad
flota en un mar sin fondo
donde las sirenas duermen
sus quimeras de cristal
en azules recónditos,
ajenos a la tristeza
que les tiene retenidos
en mareas moldeadas
de espumas blancas
sumidas en su decadencia.
El desierto del amor se abre
a la hermosa rosa de arena
engendrada por el simún
olvidada en la historia
que deambula cual fantasía
en desvaríos de oro y coral,
espectros de lo que pudo ser
y murió ahogado en la sal
de una vida que en su devenir
nos asfixia en su desdén.