No hubo mar que pudiera contener, la terrible decepción del genovés, que buscando unir el universo persiguiendo al sol, halló la perversa geometría horizontal del dios, que se cansó de crearla o por ella se precipitó. Pagó a los magnánimos a su regreso, no con metales sino con ficción. Las Indias, dijo, estuvieron llenas de seres que hubimos de torturar para convencer, de gentilicios orgullosos, de ladrones, luchas, traidores y campeones, de fechas negras y aguilas que caen. Llenaron el mundo las Indias, dijo, de platos, fiestas y canciones y temor, de ciencias, magias y letras y dolor. Pero falló Colón al declarar que encima de todo estaba él. No agradó a los soberanos el cuento y le ordenaron navegar por última vez, persiguiendo al sol y sin volver el mar. Durante el viaje enfermó la fantasía del genovés, y dio forma su pensamiento a miles de millones de seres, que giraban persiguiendo otro sol y no podían dar nunca con él. Se autonombró después Napoleón, sin llegar a entender el motivo. Antes de caer durmió, y de alguna parte le vino un delirio, en que soñaba caer y caer y caer.