El desierto lleva al desierto, decían, tanta arena hay como hay tiempo. Que la piel de Dios es blanca y quema y envuelve su desnudez entera. No hay oriente que valga la pena, que el oriente también es de arena. Un espejo perenne para los soles que viajan sedientos, similares, como esféricos incendios sobre nuestras calcinadas voluntades, a la espera de un diluvio nuevo. Una prueba de fe impuesta por una divinidad que murió de hambre. Decían.
Entonces guardaron silencio y contemplaron lo que el nuevo sol había revelado. Mares, ríos, montaña, hierba. Nieve, pantanos, jungla, animales. Tundra, pastos, lago, estepas. Por todo aquello que alcanzara a cubrir la visión agotada de los vigías, azul, blanco, verde y fresco. Desde sus torres colosales, plantadas sobre su ciudad viajera, vieron el fin de la aridez y tuvieron miedo de volver la mirada atrás, donde el desierto seguía fulgurante, casual, sin novedad, desierto a lo largo de edades y edades de contar acumulando longitudes esotéricas. Quedaron en silencio, viendo solamente lo innombrable, a unos pasos apenas. Unos pasos, en su lenguaje de navegantes de lo eterno, valía lo mismo que estarse quietos, que haber llegado. A fin de cuentas volvieron al desierto, a comenzar la infinita búsqueda del extremo opuesto.
texto dificil para un mortal como yo!!!...jejej
pero esta muy bueno sobre todo esa idea circular de un desierto eterno
tambien me gustó lo de la infinita busqueda como diciendo que la verdad nunca la vamos a saber
felicitaciones amigo
Muchas gracias Gabriel.
Si resulta complicado de leer es porque no se escribir.
Termino siempre describiendo de más los detalles secundarios y los
importantes los dejo muy escondidos.
Saludo.