El Piso Setenta y Siete
29 de agosto de 2010
por abrahamsaucedocepeda
Doce, siete, santo, suave. Dígase, cada centímetro del tapiz estelar sucumbe, sucumbe serenamente. Cada dulce palabra que tu aliento revuelve, suave, santo, setenta y siete, permanece astral, como un aura, como un dios gárgola, tótem, que se asfixia. Yaciendo aquí curiosamente, en el filo del piso setenta y siete, tu cuerpo sin vida y mi cadáver sin mente, somos solamente trucos del tiempo, vibraciones del único pasmoso sueño que tiene voluntad, cualquier voluntad que nosotros imaginemos. Aquí durmiendo, yo en vida, tu en muerte, sintiendo cada cósmica partícula desvanecerse, fundirse en esta fría y nuestra visión nocturna de la ciudad que te arrulla, mientras te pudres al viento, en el obsceno filo del piso setenta y siete. Con mi cuchillo te besé el pecho, repetidamente y te moriste, naturalmente. Y va silbando de repente el horizonte construido de automóviles, edificios, calles odiosas y perros occisos, que ya se acerca la consumación del inmenso sueño. Me parece magnífico. Siete, doce, simulacro, liendre. Aparecen los dragones sonrientes sobre el mar de panorámicos que no dejaron de guardar silencio, pájaros negros de fuego, calumnias vivíparas con setenta y siete apéndices. Pero no quiero verlo, concluyo, primero he de volver al suelo. Y no me devorarán ni tu cadáver ni el piso setenta y siete. Sangre, sube, muerte, viene.
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Como siempre un verdadero placer leer algo tuyo de nuevo.