Así, sin avisar, llegaron los fantasmas. Más rápidos que el rayo, lloviendo por los lados, de todas partes y zumbando. Le picaban a uno en el pecho y lo mataban, con otro se divertían picandole las piernas, la espalda. Mamá estaba gritando groserías, papá estaba buscando algo. A mi me pasó uno por la oreja y sentí el calor de su aliento. Alcanzó papá a sacar su rifle, que nunca lo usaba y lo apuntó, pero un fantasma le picó en la boca y ahí quedó papá, sangrando. Después llegaron los soldados gringos, hablando fuerte para asustarlos. Y nos trajeron a la prisión y aquí nos dejaron.