Entona lívida melodía al otro lado del cristal de mi ventana
como cuando la lluvia desnuda se revela de entre velos y encajes grises
conteniendo a las arañas bermejas que tejen bellos fantasmas de su efigie
con la melancolía que arrastra las hojas muertas de mi otoño.
Mecida en los mil brazos del sol u oculta en el vaho del Aquerón,
removiendo la tierra, a su paso sembrándola de hiel.
No sé de dónde vienes ni a dónde vas, no sé si me importa,
pero cada vez que escucho tu balada al otro lado del cristal
pienso que son los Demonios lo único que siempre regresa,
como el polvo al polvo.
*
Todas las promesas se fueron antes del amanecer
y tu cicatriz ha sido abierta con saña una y otra vez
hasta secarse.
En cuarenta y cinco años nada ha cambiado;
lento y monótono continúa el Apocalipsis de la oruga
que se envuelve en su propia desventura.
Un capullo de gemidos y altanería casi masculina,
sus arrugas vanamente disimuladas con maquillaje
y un anillo de compromiso que ella misma se regaló…
mujer de todos…
y detrás sólo una niña marcada por el hombre que teme
y que tanto busca seducir o lapidar.
Asmodeo regresa con distinto cuerpo cada noche…
la busca, la seduce, la compra, la muerde…
la abraza hasta someterla a su voluntad
y después de sodomizar su alma se va,
y con él el único tipo de amor que ella conoce.
Mujer de nadie,
en mis pensamientos arrancas de tajo tus alas encostradas
y te permites mutar fuera de aquel capullo diamantino
hasta dejar de envenenar tu cuerpo con dolor.