Cuando voy a la plaza sin compañía imagino que tengo un perro. Después de pasar todo el día entre paredes, ve un poco de verde y siente que es libre.
Mi perro no necesita nombre porque yo nunca lo llamo. Él corre y se revuelca solo, pocas veces juega con otros perros y nunca se dejó acariciar por nadie. Creo que no le gusta la gente.
Si le pinta viene al lado mío en la forma de cualquier perro que se acerque a olerme o saludarme.
Cuando volvemos de la plaza, llora.