Viajaba hacia la costa para pasar unos días lejos de la ciudad. Su única compañía al volante eran el aire acondicionado y una lista de reproducción de Spotify. Durante el trayecto un cartel llamó su atención y decidió refugiarse unos minutos del calor estival. Siempre se sintió cómodo en las estaciones de servicio. En esas construcciones sin gusto ninguno que se erigían sobre el asfalto de una carretera secundaria o una autopista. Y se sentía cómodo porque allí nadie parecía pertenecer a ningún lugar. Se trataba de oasis que servían como respiro a miles de pasajeros que solo dedicaban unos instantes de su vida a aquel edificio. Una visita al baño, un bocadillo sin expectativas o una bolsa de patatas para matar el apetito. Todo se veía envuelto por una sensación de instantaneidad total. Un cementerio de recuerdos intrascendentes. Él no iba a recordar el color de las paredes ni el sabor del café, ni siquiera el rostro del camarero que tan diligentemente le había atendido. Pero ese edificio tenía algo muy difícil de comprar, de encontrar: la sensación de desarraigo, de que cualquiera podía sentirse acogido. De paso, como todo el mundo, con un destino en la cabeza. Y pese a todo, cada mirada contaba una historia, arrojaba unas expectativas. En los rostros se podía ver quién iba y quién regresaba, quién estaba de vacaciones y quién trabajando. Hogares temporales a los que nadie debe ni agradece nada. Una página poco decisiva pero agradable de una buena historia que estaba a punto de ocurrir en cualquier otro lugar. Como la suya.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Me alegro de que os haya gustado. A veces en los detalles más intrascendentes podemos encontrar algo interesante que contar.
Tienes la capacidad de trasmitir sensaciones, tus narraciones me llevan a ese mismo lugar y me atrapan.
Siempre lo voy a decir escribes muy bien, te felicito.
Un abrazo.