Puedes tratar de poner distancia, tierra de por medio, algún océano incluso.
Puedes vivir de noche para evitar verle de día, como un búho de vuelo torpe entre rascacielos que jamás volverán a ser bosque.
Intentar dar conversación a ese camarero del área de descanso para parecer un tipo cualquiera en mitad de ninguna parte, en busca de Dios sabe qué.
Preguntarle al espejo y escupirle cuando su contestación sea el silencio.
Puedes tatuarte como si tu piel fuera una guía de cómo has llegado hasta aquí. Cicatrices de tinta para recuerdos de acero. Puñales clavados en la espalda con los que se aprende a dormir boca abajo.
Y mañana seguirá ahí, aunque hayas tirado de pasaporte o cambiado de nombre.
Hay tormentas que nacen debajo del paraguas.
Y al final, por mucho que maldigas o grites, por mucho que rompas reflejos cada mañana, seguirá ahí.
Porque puedes escapar de casi todo, pero no de ti mismo. Lo que está bajo la piel viaja contigo. Vive contigo.