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Pieles

Él siempre hablaba de sí mismo como una obra compuesta por la intemperie a lo largo de su vida
Pieles. Capas de existencia. Sedimentos de vivencias que se superponen de forma inevitable con el paso del tiempo.
Aseguraba que, como si de una suerte de reptil se tratara, una persona muda a lo largo de su vida de piel con más o menos frecuencia. Uno nunca muere siendo el mismo tapiz que cuando nació.
¿Y qué llevaba él tejido a lo largo de su manto capilar? Impactos, cortes, llantos y gloria en pequeñas dosis. Enfermedades leves pero molestas, latidos descoordinados, caladas sin gracia y una mirada tan triste como elocuente.
Podías encontrarle en algún vagón del Cercanías que circulaba de una punta a otra de Madrid, sin rumbo exacto. Siempre con los ojos clavados en las salidas de emergencia, buscándolas para sí mismo, toda una vida alerta, con el don de escapar de casi todo, a excepción de sí mismo.
Así que se sentía más serpiente que persona. Encadenando una piel detrás de otra, muda tras muda, siempre listo para una herida más, con la naturalidad del niño que aterriza por enésima vez en el asfalto, se lame el raspón del codo o la rodilla y sigue jugando apretando los dientes y conteniendo las lágrimas.
Y quién era yo para negar su teoría, si al verle caminar se podían percibir todas esas pieles invisibles con las que cargaba. Al fin y al cabo, hay personas que han nacido para pelear, para revolverse y siempre perder. No todos morimos de forma cómoda.
Adrielegance18 de julio de 2019

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