El cielo está bastante despejado después de la gran tormenta de anoche. Salgo a aprovechar ese buen tiempo que tengo la sensación de que no durará mucho (el tiempo irlandés es muy traicionero). Me gusta pasear. La hierba verde, mejor que cualquier alfombra diseñada para reyes, lo cubre todo. Decido dar una vuelta por las ruinas de la abadía. Las grandes vacas que pastan sueltas por el campo me miran sin mucho interés antes de concentrarse de nuevo en su almuerzo. Me siento en lo que antes debió ser el alféizar de una ventana. Se está tan bien aquí. Una tranquilidad absoluta permanece con las ruinas, a través del tiempo. Y te recuerda que nada dura para siempre y que dentro de cientos de años, en el mismo lugar, apenas quedarán unas piedras sueltas de lo que antes era una próspera abadía. Pienso que la naturaleza es cruel. Suspiro. De repente me siento insignificante. Desearía tener fe, creer que hay un dios Dios al que le importo y poder esperar otra vida después de esta. Una vida eterna. Pero tengo demasiadas dudas y preguntas en mi cabeza. Hace tiempo que decidí que me dejaría guiar por el corazón. Decidir por mí misma qué está bien o está mal. Quizás ni siquiera exista el bien y el mal, y todo sea cuestión de pareceres y paranoias humanas, quién sabe...
Me pregunto si soy feliz. Ésta no es la vida que habría imaginado para mí. Aspiraba a tanto... Pero me conformo con lo que tengo. Creo que ahí está realmente la felicidad.
Decido dejar de pensar.
La grandeza de todo lo que me rodea me absorbe por completo. Y de repente me siento muy joven y muy vieja al mismo tiempo.
No hay nada mejor que la naturaleza para hacernos vivir un rato de felicidad ;)