Luna de Octubre.
Cuando veo la luna pienso en todo lo que ha atestiguado. Lo ha visto prácticamente todo. Espía de Ladrones y testigo de arrumacos sinceros y no tan sinceros. Vestida en negro... Encadenada entre estrellas está destinada a vivir su eternidad lejos de su amado sol. Lejos de su calor y de sus llamas que son más bien brazos que se extienden hacia ella, pero que nunca logran alcanzarla. Hasta que los eclipses se hacen presentes, como un efímero beso. Como el sentimiento de aquellos que se marchaban a la guerra y dejaban a sus familias. Con la amargura entre los labios preguntándose si el fin del mundo llego para ellos. Si el fin del mundo es que realmente está cerca o si es verdad que tal magia, fuerza o poder los mantendrá en la eternidad. Porque lo único que vemos es un ciclo... Ciclo del que somos parte ahora, pero quien sabe mañana. La luna aveces se asoma de día para saber como es que su amado se encuentra, y al mismo tiempo nos colma de su gratitud y esperanza. El como nos envuelve en su calor, que aunque a veces pareciese que está enojado cuando los grados llegan a más de 40, ella nos compensa con una tranquilidad... Sofocante o fría tranquilidad. Depende de su ánimo pues se encela de que el Sol nos llene de calor y de vida a las plantas, animales y humanos. Envidia de que su fortuna es a veces cada cien años cuando los eclipses ocurren. Pero sé que en su desafortunada fortuna ella está en lo más alto feliz de aquellos amantes que pasan sus recados al sol. De aquellos amores que perduran por los años y que se apagan cuando uno de los dos muere. Un amor que no es efímero, un acostón, un simple adiós. Así se alimenta la luna. Así nos contempla.
