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Pequeño Lirio.

El tallo del pequeño lirio comenzó a oscilarse con la leve brisa de la mañana.
“¿Cuándo me abriré?” Se repetía el lirio una y otra vez, todas las mañanas.
“¿Cuándo se asomarán mis pétalos?” Pues los días que ese pequeño lirio llevaba anclado en la orilla del riachuelo eran incontables.
“¿Cuándo floreceré?”

El pequeño lirio no sabía que mientras el sol no le diera, no le sería posible poder abrirse, pero un gran sauce le impedía que los rayos del sol le dieran tanto directa como indirectamente, pues el sauce le protegía de alguna manera.
“Pequeño lirio, ¿para qué quieres florecer? Así estás bien… puede que tus pétalos no luzcan la belleza que deberían, pero gracias a mi la tormenta no te arrastra, ni el granizo te hiende y el viento que llega a ti es simple y dulce brisa”.
Aun así, el lirio no estaba del todo contento con no poder lucir sus bellos y blancos pétalos, así que día tras día, cuando el crepúsculo asomaba, deseaba con todas sus fuerzas que el gran sauce desapareciera de ese lugar, que se trasladara, empequeñeciera o, incluso, que simplemente dejara de impedirle florecer, sea cual fuera su suerte.


Un día una gran tormenta comenzó a acercarse al pequeño riachuelo donde habitaban dichos seres.
“Gran sauce, ¿me protegerás aun a pesar del riesgo que conlleva cargar con un pequeño e indefenso lirio como yo?”.
¿Qué debía de contestar el gran sauce? Este asintió de buena gana, pues para él el pequeño lirio era su mejor y más cercano amigo… sin saber que, por supuesto, el lirio le había deseado toda clase de mal en aquella tormenta.

La lluvia comenzó a azotar a los grandes robles que yacían a los pies de las montañas. El pequeño lirio cada vez se sentía más nervioso y ansioso, su primer deseo iba a cumplirse ya que aquella tormenta era la más bárbara que había visto jamás en sus incontables días de vida.
Así pues, la tormenta se acercó al pequeño lirio y al gran sauce en cuestión de escasos minutos. El gran sauce alargó sus dúctiles ramas hacia el pequeño lirio para protegerle, entonces fue cuando la tormenta se trasladó con total rapidez, posándose sobre estos y haciendo que el pequeño riachuelo se desbordase.
“Oh, gran sauce, debes protegerme, la tormenta es realmente feroz y el riachuelo se ha desbordado, no puedes dejar que me lleve cuando siquiera has podido contemplar mis pétalos”.
El gran sauce ahuecó las ramas al entorno del lirio, cubriéndole cada milímetro de su tallo y pétalos, y, sin darse cuenta, se inclino tanto que acabo por caer con la ayuda de la fuerte lluvia de agua y granizo que les azotaba. Así pues el tronco del gran sauce chocó contra el riachuelo, haciendo que el agua se desbordase todavía más al no poder seguir su camino. Las dúctiles ramas del sauce ya caído se hicieron inservibles para el pequeño lirio y este no pudo protegerse solo de aquella cantidad de agua que le caía del cielo y que le arrastraba desde el río.
El lirio fue arrancado de la que había sido la orilla del riachuelo, su tallo chocó contra una de las ramas del gran sauce y, juntos, yacieron sobre el terreno mojado hasta que la tormenta distendió.
“Pobre pequeño lirio… nunca podrás ver tus blancos e impecables pétalos”.
Aladayaz10 de mayo de 2012

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