El hombre de la ciudad se levantó una mañana al oír el ruido musical de su despertador programable, se pesó en su bascula parlante, se lavó e hizo pis en el lavabo ergonómico avanzado y desayunó un café en su cafetera electrónica que le hacia el café según el tono de voz con el que se lo ordenaba, valorando sus parámetros biorrítmicos del día, tomó sus píldoras revitalizantes y luego mientras con una mano re¬cibía su perfume automático con otra dirigía su mando unipersonal a la central informática la cual en solo 1,5 minutos le dió la exacta información de el tiempo, la bolsa, el tráfico y el pulso de la política para ese día.
Exactamente 24 minutos después se encontraba en su puesto de trabajo.
El hombre del campo se despertó al amanecer, casi antes que el gallo cantase, no por necesidad u obligación, sino por costumbre, se desperezó y abrió de par en par la ventana para observar la escarcha en la hierba, se cubrió con un gabán y salió fuera a por leña, le salió al paso su perro, y después de formar el fuego, almorzó y a la faena.