El día comienza a las cinco y media de la mañana.
A las seis y cuarentaicinco salgo de la casa,
cierro tras de mí la puerta,
y lo primero que hago es cerrar los ojos
y caminar...
Una oscuridad llena de chispazos y temores candorosos
me envuelve..
La nariz se convierte en periscopio
y los zapatos en un sahueso que husmea el suelo.
Avanzo así unos pasos durante cinco segundos
a través del frío aire matutino, pero ya no soy yo
el que camina, es otro.
Luego al abrir los ojos vuelvo a ser normal, es decir yo.
En el coche, rumbo al trabajo, hago lo mismo
durante otros 5 segundos y a ochenta por hora.
Cierro los ojos y ya no soy yo el que conduce.
En el trabajo en alguna ocasión
cierro los ojos mientras escucho o hablo
y ya no estoy ahí
ni soy yo el que asiente o el que opina.
Cinco segundos tan solo para dar un salto
con los ojos cerrados al otro lado del espejo.
Cinco segundos en que me desdoblo
y salto hacia donde está el otro desconocido.
Puedo tropezar y lastimarme.
Puedo chocar y lastimarme.
Puedo equivocarme y perder amigos y trabajo,
pero me gusta sentirme fuera de mí en mí,
sentirme múltiple, ir en paralelo
con ese otro otro que soy también.
Cierro los ojos cinco segundos tan solo,
porque si fueran más,
puede ser que no volviera del trabajo a casa.
Mañana aumentaré en un segundo mi ceguera.

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