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Campanadas y Wc

A mí este año las campanadas me pillaron en el WC. A consecuencia de este percance sólo pude comerme tres uvas, en vez de las doce que corresponden –dicen- a un año de buena suerte, así es que ya me estoy aclimatando a la ensaimada de estacazos que me esperan durante este recién parido 2014.

La cosa iba bien y tenía trazas de acabar mejor, ya que todo suele ser cuestión de actitud y buenas maneras. Comencé a cenar con normalidad, masticando muy despacio, mirando a los comensales con gesto de persona que sabe de qué va el asunto de ir pelando gambas y charlando a la vez sobre el panorama político y social. Pasados los entrantes, y en vista de que aquella podía ser una muy buena ocasión para exponer lo que en verdad importa, resolví echarles una parrafada a los demás convidados sobre mi último libro, asegurándoles entre ademanes evidentemente ilustrados que Dios y otros superhéroes sólo tenía noventa páginas, pero que la cosa no me había quedado así por motivos de vaguedad ni alumbramiento prematuro, ni mucho menos, sino que yo había concluido llevar a cabo una obra esquemática a la par que singular para que el lector pudiera llegar a apreciar aquellos relatos desde la óptica de esos hombres y mujeres que pasan por la vida reconociendo en lo breve una manera excelsa de sintetizar lo magnánimo.

A la vista del éxito de mi parrafada, el hombre que presidía la mesa enseguida le aconsejó encender el televisor a uno de sus nietos. Supuse que la cosa de hablar sobre mi libro no era del agrado de aquellas personas que habían desechado mi literatura para darle mayor importancia a la grasilla que desprendía aquel cordero asado en honor de unos paladares ávidos de lípidos. Así fue que me vi obligado a hacer las veces de graciosito y comencé a contar chistes sobre médicos. Alguna carcajada le llegué a robar al graderío, hasta que mí doña me obsequió con un codazo seguido de una mirada seca. ¿Pero qué más da que estas fechas se nos muestren beodas y ciertamente hipócritas?, me dije a mí mismo. Yo estaba dispuesto a tomarme las doce uvas como un señor, para acto seguido entrar por la puerta oropel del año 2014 con satisfacción, anhelo y muy buen rollo. Atrás quedarían los años foscos, los tropiezos existenciales y los malos agüeros que la inmensa mayoría de personas te van metiendo en la cabeza a modo de "destornillador escudriña cerebros". Este sí que iba a ser mi año. Porque si el optimismo forma parte de la esencia de un triunfador, yo estaba dispuesto a saturar de optimismo cada uno de mis actos.

Lo malo llegó a escasos cinco minutos de las doce. Mi vejiga indicó "estoy aquí". Yo ni caso, inmutable, al tiempo que visionaba el vestido rojo tártaro de La Igartiburu. "Estoy aquí, ¡pero ya!", señalaba ahora la vejiga con una fuerza inconmensurable, a sólo un minuto de las doce. "Ve al baño, que aún te da tiempo", señaló el convidado que se sentaba a mi derecha al ver que mi rostro iba pasando de rojo a morado, dado el esfuerzo que estaba haciendo yo por entrar sí o sí en el nuevo año con cierta dignidad.

Lo hice. Salté cual gacela bien cebada y a toda prisa llegué al WC. Mientras orinaba podía escuchar el inicio de las campanadas. Enfurecido acabé como pude y volví corriendo al salón. Tan sólo faltaban dos campanadas para iniciar el año. Agarré mi plato de uvas y engullí tres de golpe –bien podían haber sido cuatro o cinco-. El año 2014 se había iniciado al fin. Mientras masticaba las uvas hubo a mí alrededor un cúmulo de gozos, besos y abrazos. Miré de nuevo el vestido rojo de La Igartiburu preguntándome con cierta pesadez si lo mío era normal, si la suerte puede fraguarse en un retrete…

El tiempo lo dirá, de eso sí que estoy seguro.
Alexandervortice05 de enero de 2014

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