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Halloween (1)

La muerte es una cosa fría que nos recuerda la debilidad de lo establecido. La muerte guisa inmortalidades, devora vidas escuetas y anda suelta a finales de octubre. La muerte es una dama blanca con espíritu hosco que nos roba a nuestros seres queridos para colocarlos en un lugar de recuerdos sempiternos y guiños perennes. La muerte bien usada es un viaje dulce; olvidarse de ella es cosa de necios, tenerla en cuenta a lo largo de la existencia es cosa de hombres razonables. Se aproxima Halloween, también llamado Noche de Brujas, Día de todos los santos o Samaín, celebración de origen celta. Al parecer los antiguos celtas creían que el surco que une este mundo con el “Otro Mundo” se estrechaba con la llegada de dicha celebración, accediendo de esta manera desde el otro lado espíritus de todo tipo, tanto benévolos como malévolos, así como burlones. Y por mucho que nuestros cerebros no acepten el “más allá”, un poco de terror siempre es necesario, porque es el terror una manera de sentirnos vivos y/o despiertos. Podríamos decir que el fallecimiento es una forma de lapso, de existencia, una manera de darle sentido exacto a la vida que poseemos, una vida que puede ser corta o larga, pero siempre imprescindible y especifica. Nunca nos encontraremos con dos vidas iguales, así como nunca hay dos muertes exactamente iguales. Tal vez a día de hoy hayamos dejado a un lado el dogma de la muerte, aceptando que tal cosa no reside entre nosotros, que es un trance que padecen los otros, nunca nosotros: gran fallo derivado de la sociedad de consumo infatigable en la que subsistimos, ya que la vida es muerte, y viceversa. Todas las culturas han tenido un respeto hacia el tránsito hacia lo desconocido, incluso lo han festejado como algo enteramente normal. Halloween se nos presenta para recordarnos la levedad del ser y del estar, para aseverarnos que no todo es tan importante si caemos en la cuenta de que después de esta vida se halla la nada, o el todo, ¿quién se atrevería a ratificarlo? En esta fiesta lúgubre, acicalada por ataúdes y calaveras refulgentes, me aseguran que la sangre corre como consternaciones nada soportables, pero dignas de ser valoradas. Me aseguran que las brujas andas sueltas para deteriorarnos un poco más, volando plácidamente en escobas aderezadas de punzantes carcajadas, carcajadas engalanadas por las manos indecentes de los sobresaltos.
Alexandervortice17 de octubre de 2011

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