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En El Baño

En el baño, cagando, fumando y escribiendo percibo, tras una fugaz y no obstante eficacísima mirada por encima del hombro, que no queda papel higiénico. La situación es más grave de lo que pueda parecer tras la primera impresión: a extramuros del funcional habitáculo desde el que me comunico contigo,oh lector, reside el mal. El mal con forma de hombres y mujeres. Tratar de establecer relaciones sensitivas o lingüísticas con ese grupo de personas es un despropósito, no son ninguna ayuda potencial, son el enemigo. Ningún auxilio he de esperar de ningún ser humano, de este atolladero saldré solo o no saldré. El objeto de ésta mi misión es el de hallar una solución a mis necesidades profilácticas y salir de esta morada sin ser descubierto por ellos. Examino mis opciones: ¿de qué materiales dispongo para mi necesitada limpieza rectal? De ninguno, siendo realista. Hay toallas, pero no me atrevo a darles el uso que mi imaginación ya les está dando. A mi disposición tengo el elemento agua, pero no el elemento jabón. Veo un cepillo de dientes. Lo descarto. Aunque a simple vista pueda parecer que la posible solución de mi rompecabezas pasa obligatoriamente por el agua, las cosas no son tan sencillas pues tiene un grave inconveniente: para recibir el agua hay que accionar una palanca que pone en funcionamiento un artilugio de alto valor técnico pero muy ruidoso; su puesta en marcha supondría, casi con total certeza, ser percibido por el mal, y, debes recordar, amigo lector, tú que en estos momentos nefastos eres mi único apoyo (moral, en ningún caso real, pero es bastante), que mi tarea consta de dos partes, higienizar mi cuerpo y huir. Tal vez debería explicar brevemente cómo he llegado a tan lastimosas coyunturas. Bien. Véase cuatro horas antes.

Cuatro horas antes

Un terrible sonido sin duda dirigido a despertarme me despierta. Mi madre dando pavorosas coces a la frágil puerta que ya se debiera considerar parte de mi privacidad, con la retorcida intención de arrancar a mi mente de la hermosa dimensión de sueños y fantasía en la que se hallaba y a mi cuerpo de la absoluta relajación en la que estaba sumido para traerlos violentamente al mundo real, al mundo de la resaca etílica. Lo consigue. La oigo gritar algo parecido a que hoy es el gran día así que vístete. Así que me visto. En media hora me veo silencioso, asustado y dolorido esperando en el asiento trasero del vehículo de mi padre y sin embargo progenitor, sin saber qué esperar de este misterioso viaje del que tan pocas explicaciones han proporcionado aquellos que saben. Al cabo de veinte minutos de trotar por las calles de mi ciudad, la explicación a todo el asunto aparece con brusca obviedad en mi comprensión. Este oscuro barrio no puede ser otro que el de Úrsula y Mario, dos de los seres más mezquinos y malvados que pueda haber entre el círculo de amistades de mis mezquinos y malvados padres. Me ahorraré los detalles sobre las situaciones socialmente insoportables, los diálogos con locuciones repetidas infinitamente y totalmente vacías de significado, las embarazosas respuestas que tengo que dar a las embarazosas preguntas, todo lo cual se da al entrar en esta mansión espantosa; tan solo decir que desaparezco como sombra en sombra, ocultándome tan pronto como puedo en uno de los baños, y una vez allí me dispongo a cubrir ciertas obligaciones orgánicas que me asaltan al encontrarme de forma tan brutal en semejantes circunstancias.

Presente

Llevo casi tres horas en lavabo y la situación es insufrible, el enemigo debe hacer mucho tiempo que se pregunta dónde diantres estoy. He decido ya el plan de acción a seguir. No me limpiaré y no les daré ninguna explicación. Simplemente tiraré de la cadena, abriré la puerta del baño y raudo y liviano me dirigiré a la entrada principal, que abriré sin miramientos y cuyo umbral cruzaré con pasión y ansia de libertad… Pero del dicho al hecho hay un trecho. No limpiarme tras defecar es algo que no hecho nunca y que no me hace especial ilusión empezar a hacer, y no dar explicaciones ahora es únicamente atrasar el momento de darlas. La vida es muy dura. Me voy a volver loco de atar con tanto problema. El suicidio sería lo ideal, pienso bromeando. Supondría no tener que dar la más mínima explicación y obviamente a un fiambre no le importa su aseo. Hay gente que trabaja en dotar de la mayor pulcritud posible a los cadáveres antes de enterrarlos.
Abro la ventana.


Barcelona2007
Alexandros29 de abril de 2011

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