TT
Fiestas 31 de marzo de 2011
por alexandros
Son fiestas, esto va a ser rápido. Acabo de recibir un llamada que me hace suponer que, de salir esta noche, las posibilidades de follar son muy elevadas, por lo tanto, y teniendo en cuenta que hace eones que no follo, hoy saldré y esto va a ser rápido. No hará eones, pero sí eras que no escribo, por lo cual el texto resultante estará marcado por la situación apremiante que sufro y por ese tiempo que podría haber dedicado a aumentar mi experiencia y habilidad literaria y no al suicidio neuronal. También podría haberlo dedicado a aumentar mi experiencia y habilidad sexual, innegable.
Son fiestas. Aquí, en el pueblo. Las 0:00 según este ordenador (ya 0:01) y se oye música del exterior. Es embriagadora. ¿Qué es, quién la toca? Creo que es una flauta dulce, pero no pondría la polla en el fuego. Y menos ahora que parece probable que vaya a usarla. Esta melodía me fascina, bella es, de verdad, ojalá pudieras oírla, lector. Casi me hace olvidar este absurdo texto al que descuidadamente me entrego, casi me hace olvidar a Nerea. Transporta a otro mundo, a otro mundo donde todo es cálido, nocturno, boscoso, lunar y ligeramente melancólico. En ese mundo también hay agua, lo noto...quizá una fuente, quizás un pequeño arroyo. Espera, no puede ser. Acaba de unirse a la flauta otro instrumento que tampoco acabo de ubicar. No hace falta que lo diga pues obvio es, pero en fin: mi oído musical es paupérrimo, paupérrimo como el vino que sospecho que ingeriré cuando llegue a los descampados perrofláuticos de mi pueblo, continentes de conciertos y barracas donde venderán a dos euris ese vino sospechoso.
Este instrumento nuevo es sin duda tocado por un genio, también lo es el de la flauta, aunque más impresionante es el compositor del tema, qué duda cabe. Diría que puede ser una gaita, pero no una alegre gaita típica y celta que hace brincar a la gente, sino una suave y triste, triste como los ojos de aquella mujer que vi, no sé, también pudiera ser un acordeón diatónico o incluso una armónica extraña, no sé, no sé.¡Cuán paupérrimo es mi oído! Bueno, no pasa nada, tengo otras virtudes, si virtud no es una palabra demasiado exagerada. Qué patética es la gente cuando debe alabar sus propias potencias, un claro síntoma de inseguridad, de no creer que los demás las notarán por sí mismos. Ya ves.
Resulta que al entrar a escena el segundo instrumento he advertido un cambio en el mundo al que esta música me lleva sin remedio: entre el follaje vislumbro una mujer, una mujer vestida en sedas, tan etérea como el lugar en el que habita, una mujer que tiene los mismos ojos que aquella otra que vi, tristes como un fondo marino encarnado y solitario y muerto. Sin embargo, a pesar de esos ojos que tan profundos son que sé que jamás podré adivinar lo que ocultan detrás (lo que da rabia y pena), la mujer parece alegre, casi feliz. Diría que está apunto de encontrarse con alguien, tal vez con su amor. Creo que también son fiestas por allí. Desde luego, suena la música. Una flauta, una gaita o ninguna de las dos cosas.¡Dios mío! Un piano.
Un piano. Un piano se ha unido a los otros dos instrumentos y le está dando a la melodía el complemento perfecto, el apoteósico presente es tan emocionante que espero no deber pagar por él en el futuro. Creo que paso de ir a las fiestas. Total, para ver los mismos hippies colocados, los mismos vociferantes y bergantes canis de siempre...sí, ya no apetece, paso de las barracas, del sexo, del amor y de Nerea, me emborracharé aquí mismo, en mi salón, y a la embriaguez auditiva y emocional que padezco le añadiré la etílica.
El piano me hecho ver con claridad el error: no son fiestas en aquél mundo, sólo están la luna, los sueños, la música, el bosque, la noche estrellada y un alma en pena de mujer, nostálgica de la vida que le obligaron a abandonar sangrientamente junto a una fuente o un pequeño arroyo.

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